No hay nada más presente en nuestra vida que la espera y sin embargo, pese a esa presencia abrumadora que nos invade cada día, nada sabemos de ella. La vivimos pacientes, sí, pero sin estar preparados para ella, sin saber muy bien qué es, sin haber dedicado un tiempo a analizarla, a entender sus matices y dibujar sus aristas para poder apropiarnos de ella, para, al fin y al cabo, poder entenderla mejor. Y eso que la espera es el mejor momento para pensar. Es en la soledad de la espera cuando encontramos el tiempo para reflexionar sobre nuestra vida, dedicamos un pensamiento al futuro, alimentamos nuestros deseos, nuestros sueños o nuestros miedos… donde a veces nos desesperamos, sí, pero también encontramos esperanza… Y es que hay tantas formas de esperar… y nosotros sin entenderlas.

LA ESPERA plantea un espacio vacío, con apenas escenografía: una mesa, dos sillas y una pequeña bombilla cuya penumbra ilumina la soledad de una mujer que espera. A través de la expresión del movimiento y a veces de la palabra, esa mujer deja ver sus diferentes estados de ánimo para afrontar esa espera: la paciencia, la desesperación, el hastío, la incertidumbre, la esperanza, la incertidumbre de no saber qué pasará tras ese tiempo de espera o soñar estando despierta sobre cómo será la llegada que ponga fin a ese estado.